En una cancha de concreto, en la vieja colonia petrolera de Azcapotzalco, un niño aprendía que el triunfo no siempre depende de la altura, sino del ritmo, la disciplina y el carácter. A los doce años, Víctor Manuel Luqueño Jasso descubrió que el baloncesto no era sólo un juego, sino una forma de entender la vida. Y lo sería siempre.
Desde entonces, cada bote de balón, cada salto y cada pase serían el entrenamiento para algo más grande: una carrera marcada por la constancia y la innovación. Porque Luqueño, como muchos mexicanos hechos a pulso, se formó en las canchas públicas, estudió en escuela pública, trabajó en la empresa pública más grande del país, y luego fundó una empresa que transformó al sector gasolinero.
De la vocacional a la refinería
Víctor no venía de una familia petrolera. Su padre, trabajador incansable, salía de casa antes del amanecer. Su madre, fuerte y amorosa, moldeó el carácter de la familia. Él fue el mayor de sus hermanos, y pronto descubrió que la vida le pediría asumir ese rol también fuera del hogar.
Se enamoró de la química gracias a una maestra en la vocacional del IPN. La química le parecía limpia, exacta, poderosa, por ello estudió Ingeniería Química en “el Poli”, respaldado por su talento deportivo.
El baloncesto le dio beca, le dio plaza, le dio una identidad, jugaba fuerte, lideraba equipos, representaba al instituto con orgullo.
Al terminar sus estudios, PEMEX lo contrató para trabajar en la recién inaugurada refinería de Tula. Era el México de los grandes proyectos industriales. Luego, su camino lo llevó a un lugar icónico: la Refinería 18 de Marzo, en el corazón de Azcapotzalco. Donde vivió un aprendizaje profundo, de orgullo profesional, pero también de desilusión.
El día que renunció a PEMEX

El 18 de marzo de 1991, PEMEX cerró la refinería. El argumento era la contaminación que la instalación generaba para la Ciudad de México, pero para Víctor fue una decisión política disfrazada de falso ambientalismo.
“Teníamos controlado todo, no había tal contaminación. Fue un golpe muy duro el cierre de la refinería”, recuerda.
Ese mismo día presentó su renuncia a PEMEX. No quiso quedarse en una empresa que cerraba por capricho lo que generaciones de ingenieros habían construido con tanto esfuerzo.
Ese punto marcó un nuevo inicio. Dejó el Gobierno y entró de lleno a la iniciativa privada. Fue ahí donde su mente inquieta encontró terreno fértil. Comenzó a trabajar en tecnologías para estaciones de servicio, y fue pionero en un cambio fundamental: la instalación de tubería de fibra de vidrio en las gasolineras, que sustituyó al acero y redujo los riesgos de fuga y contaminación.
“Lo instalamos por primera vez en Camarones, en la estación de don Rafael Rodríguez”, recuerda con orgullo.
LUQROSS: tecnología hecha en México

Con el tiempo, fundó LUQROSS, acrónimo de su nombre y el de su socio y amigo David Rosas (QEPD). Lo que empezó como una empresa pequeña se convirtió en un corporativo de presencia nacional.
LUQROSS desarrolló software y hardware para conectar en tiempo real los sistemas de dispensación, almacenamiento y control volumétrico de las gasolineras mexicanas. Fue un parteaguas.
En un país acostumbrado a importar soluciones tecnológicas, Luqueño apostó por desarrollar lo propio.
“No queríamos adaptarnos a los equipos gringos. Queríamos crear los nuestros”, dice. Y lo logró.
Hoy, su empresa provee soluciones que permiten a cientos de estaciones operar con seguridad, eficiencia y precisión.
Sus hijos, ingenieros, diseñadores, emprendedores, también forman parte del proyecto. La sucesión ya está en marcha, pero Luqueño no se ha ido ni se irá.
“Mi trabajo ahora es respaldarlos, asegurar que todo quede bien hecho y seguir creando”, afirma.
Siempre en la cancha
A sus 63 años, Víctor Luqueño sigue siendo jugador de baloncesto. No por nostalgia, sino por convicción. Entrena con disciplina, compite con pasión y, este año, representará a México en el Mundial que se realizará en Suiza, junto a jugadores de más de 60 países.
“La cancha me lo ha dado todo: amigos, salud, trabajo, vida. Hay que honrarla”, dice.
Ha sido campeón nacional, ha fundado cuerpos de árbitros, ha organizado torneos y sueña con una escuela de baloncesto para jóvenes.
“Quiero cerrar el ciclo haciendo algo que inspire a las nuevas generaciones. Hay tanto talento en este país que sólo necesita una oportunidad”, afirma.
Pasión, ciencia y baloncesto

Luqueño se define como un hombre de pasiones: el deporte, la tecnología y… la comida. Confiesa con una sonrisa que es fanático del buen vino y de los tacos con sal y limón.
Es también un hombre de gratitud. Le agradece a su familia, a sus maestros, a sus compañeros, al IPN, al baloncesto, incluso a los momentos difíciles. Todo eso, dice, le enseñó a botar el balón sin perder el ritmo.
Mientras muchos se jubilan o bajan el ritmo, él acelera. Desde LUQROSS, sigue innovando. Desde la cancha, sigue compitiendo. Desde la vida, sigue soñando. Porque para él, la vida, como el baloncesto, siempre se juega con entrega total.
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