Desde la llegada del Gobierno de la 4T México fue un tablero en el que no todos los grandes empresarios supieron mover sus fichas. Mientras Carlos Slim perfeccionó el arte de negociar con el poder y capitalizó sus movimientos con contratos y expansión, Ricardo Salinas Pliego optó por la confrontación abierta… y perdió.
Slim supo leer el clima político y adaptarse con precisión quirúrgica. Lo vimos en 2019, cuando estalló el conflicto por los contratos de los gasoductos entre la CFE y varias empresas privadas.
Mientras algunos inversionistas amagaban con arbitrajes internacionales, Slim tomó el teléfono, apostó al diálogo, envió a Arturo Elías Ayub, su mejor alfil negociador, hábil, afable y con olfato político, y renegoció.
Cedió en parte, pero a cambio, conservó presencia y confianza. No hubo pleito mediático, ni amenazas de expropiación, ni desplegados encendidos. Hubo, sí, contratos reestructurados y puertas abiertas.
Ese movimiento fue clave para lo que vino después: la entrada de Carso Energy al desarrollo del campo Ixachi, uno de los más prometedores de PEMEX, que consolidó la relación de Slim con el Gobierno y, ahora, lo proyecta como uno de los grandes ganadores del sexenio de Claudia Sheinbaum.
Hoy, Slim sigue en la cima, su fortuna ronda los 102 mil millones de dólares, según el último ranking de Bloomberg, y Grupo Carso firmó en 2023 un contrato por más de mil 200 millones de dólares con Pemex Exploración y Producción para el desarrollo de infraestructura en Veracruz. Negocio redondo, con olor a gas y poder.
En contraste, Salinas Pliego eligió el camino de la trinchera. No negoció. Tuiteó. Ridiculizó al SAT, despreció a la autoridad fiscal, y terminó enfrentando una batalla legal por más de 70 mil millones de pesos en impuestos omitidos.
En lugar de tender puentes, quemó los que tenía, y lo convirtió en enemigo público del lopezobradorismo.
Hoy, la fortuna de Salinas Pliego se estima en poco más de 10 mil millones de dólares, una caída significativa respecto a los más de 13 mil millones que reportaba Forbes en 2021. La pérdida no solo es financiera. También es estratégica: TV Azteca, su buque insignia, enfrenta presiones regulatorias, caídas de audiencia y señalamientos por prácticas laborales. Elektra, mientras tanto, ha visto disminuida su valoración bursátil y se ha enfrascado en litigios con clientes y reguladores.
Pero más allá del estilo personal, la diferencia entre uno y otro se explica en la estructura y visión de largo plazo. Slim tiene a Arturo Elías Ayub, un operador respetado, mediador por excelencia, con lenguaje político y capacidad técnica. Salinas Pliego, en cambio, no tiene en su equipo ninguna figura con ese perfil. Sus voceros suelen ser sus propias redes sociales, donde responde con sarcasmo, insulta y se burla incluso de la autoridad judicial.
Hay una lección clara: en un país como México, el poder no se enfrenta, se entiende. Slim entendió que pelear con el Presidente cuesta más que negociar con él. Salinas Pliego creyó que podía desafiarlo y ganar popularidad. El resultado está a la vista: uno multiplica contratos y prestigio. El otro acumula demandas y enemigos.
Con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia, los márgenes para el choque se redujeron aún más. El modelo de “resistencia empresarial” sin inteligencia política está agotado. Slim ya se posicionó para el nuevo ciclo. Salinas Pliego aún parece atrapado en el sexenio que perdió.
Incluso Grok, la IA de la red social X, pronostica que Salinas Pliego terminará perdiendo los juicios fiscales contra el SAT y terminaría pagando una parte de la deuda total que reclama Hacienda. Veremos.
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