La salida de Shell del negocio gasolinero y el cierre de la planta de Michelin en Querétaro no son hechos aislados. Son síntomas tempranos de una enfermedad más grave: el deterioro acelerado del entorno de inversión en México.
En las últimas semanas, dos noticias deberían haber encendido todas las alarmas en Palacio Nacional y en los despachos económicos del nuevo gobierno. Shell, una de las mayores petroleras del mundo, anunció la venta de su negocio gasolinero en México al Grupo Iconn. Poco después, Michelin confirmó el cierre de una de sus plantas más importantes en América Latina, ubicada en Querétaro.
Ambas decisiones comparten una causa estructural: México dejó de ser un destino confiable para hacer negocios.
Desde la llegada de la Presidenta Claudia Sheinbaum, el país ha vivido un viraje institucional con profundas consecuencias económicas. La Reforma Judicial, que contempla la elección popular de jueces, ha sido percibida como un golpe a la independencia del Poder Judicial.
Paralelamente, la Reforma Energética apunta a fortalecer el control del Estado sobre el sector, debilitando el papel del regulador y restando certeza a las inversiones privadas.
Estos movimientos han sido vistos por inversionistas como señales de inestabilidad jurídica y regresión institucional, lo que se traduce en una menor disposición a mantener activos en México.
El deterioro del ambiente se refleja ya en los datos macroeconómicos. En el primer trimestre de 2025, el Producto Interno Bruto creció apenas 0.2%, con una proyección anual que no supera el 0.8%, según cifras del Inegi.
La inflación volvió a repuntar y se ubicó en 4.4% en mayo, alejándose de la meta del Banco de México (3%). La fuga de capitales es real, tan solo en el primer trimestre, el déficit en la cuenta financiera y de capital fue cercano a 11 mil millones de dólares, de acuerdo con datos del Banco de México.
¿Lo peor está por venir?
Si el mensaje que México envía al mundo es el de un país que socava su sistema judicial, desequilibra su política energética y no logra encauzar su economía, no es descabellado pensar que Shell y Michelin serán solo los primeros de muchos. No se trata de alarmismo, sino de leer con claridad lo que los inversionistas están diciendo: México ha dejado de ser una apuesta segura.
Y si el país no reacciona pronto, la desinversión será paulatina, silenciosa, pero devastadora.
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