Pedro Aznar no es un ejecutivo común: ingeniero de formación, español de cuna y trotamundos por vocación, ha hecho del movimiento una filosofía de vida y hoy es el rostro de Prosolia Energy en México.
Se trata de una empresa europea con más de dos décadas de experiencia en el sector de energías renovables, y que ha decidido apostar fuerte por este país.
Pero para entender la historia que lo trajo hasta aquí, hay que mirar más allá de los megavatios y los paneles solares. Hay que seguir sus huellas por los cinco continentes, a través de olas, montañas y hasta orfanatos en la India.
“Quedarme en un sitio siempre me sabe a poco”, dice, con ese acento cálido que mezcla el Mediterráneo con los años de vida en América Latina.
Viajero incansable

Para Pedro viajar no es sólo turismo, es conexión humana. Ha recorrido Europa de punta a punta, vivido en Estados Unidos, cruzado Brasil, Colombia, Centroamérica. Se lanzó como voluntario en India, donde hizo labor social en favor de personas vulnerables. Y siempre, en cada lugar, encontró una forma de ayudar.
La energía, en su vida, no fue una decisión repentina. Hoy, como Business Development de Prosolia México, Pedro está convencido de que su labor es más que una oportunidad profesional es una misión.
“Ayudar a transformar la forma en que se consume energía en el país, de manera limpia y competitiva, tiene sentido para mí. Es aportar al mundo desde el trabajo”, afirma.
Prosolia es un productor español de energía especializado en soluciones de descarbonización que recientemente abrió su filial en México, se trata de uno de los pocos Productores Independientes de Energía capaz de operar tanto en el ámbito de la generación distribuida como en proyectos a gran escala.

El reto de Pedro es consolidar a Prosolia en el mercado mexicano para operar instalaciones renovables y suministrar energía limpia, tanto a la red como a clientes industriales. Su oferta incluye el desarrollo de proyectos en parques industriales para atender la creciente demanda de energía competitiva o proyectos a gran escala para la venta de electricidad al mercado.
Más allá de los objetivos laborales, Pedro sigue fiel a sus pasiones. El surf es una de ellas, herencia de sus hermanos, con quienes creció saliendo al mar al amanecer. También la vela, el motociclismo, el alpinismo.
“Me gusta el reto, pero también la calma que dan el mar y el campo. Participé en una cooperativa que producía aceite de oliva, porque me encanta lo que representa: trabajo paciente, conexión con la tierra, cosecha con sentido”, dice.
Pedro es, en definitiva, un alma inquieta que encontró en México un lugar para echar raíces sin dejar de moverse. Un hombre que construye puentes entre continentes, entre personas, entre el presente y un futuro más limpio.

Y lo hace con la determinación de quien entiende que las verdaderas revoluciones no se hacen desde el escritorio, sino desde el terreno, hablando con clientes, instalando paneles y soñando en grande.
“Quiero formar parte del cambio energético que México necesita. Y hacerlo de manera contundente, con impacto real”, dice con la convicción de alguien que no solo habla de transformación, sino que la encarna.
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