Hay personas que parecen hechas para el movimiento, no solo para viajar de un país a otro o de una cultura a otra, sino para retarse constantemente, buscar el límite y, cuando lo alcanzan, atravesarlo con curiosidad y disciplina, así es Arnaud Penverne, CEO de Veolia México, un francés que no solo ha recorrido el mundo con la maleta de su profesión, sino también con los tenis bien puestos para enfrentar maratones, triatlones y carreras de ultra trail que parecen imposibles para la mayoría.
Penverne lleva más de tres décadas dentro de Veolia, un grupo centenario nacido en Francia. “Soy casi un mueble de la compañía”, bromea en entrevista con Energy21 detrás del teléfono, aunque en esa modestia se esconde una trayectoria marcada por desafíos que lo han llevado a vivir en Turquía, Corea del Sur, China, Puerto Rico y varias regiones de Europa y Asia.
El mundo como escuela
Su primera gran aventura fue en Estambul, a finales de los años ochenta. Tenía apenas 22 años y estaba a cargo de un proyecto monumental que era la red de distribución de gas de la ciudad.
“Imagina estar en una metrópoli que es, al mismo tiempo, un libro de historia abierto: Constantinopla, Bizancio, Estambul, cada calle era un viaje al pasado”, recuerda.
En Asia, su aprendizaje fue distinto, la disciplina de Corea del Sur, la vastedad de China y la capacidad de adaptación que exigían ambas culturas lo moldearon.
“Más allá de la curiosidad, lo que uno desarrolla es adaptabilidad. La posibilidad de escuchar, de aprender a vivir, a comer, a trabajar como lo hacen los demás. Esa es la clave para construir equipos y lograr objetivos en cualquier lugar del mundo”, afirma.
Aprendió idiomas con la misma pasión con la que sube montañas: alemán, inglés, turco, coreano, chino y ahora español.
“No los hablo todos fluidamente —admite entre risas—, pero los aprendí con la motivación que da la necesidad de convivir, de trabajar, de integrarme”, señala.
México: entre contrastes y pasiones

En 2020 llegó a México para tomar la dirección de Veolia. El cambio, confiesa, no fue sencillo. La primera impresión lo golpeó con fuerza: la violencia y la inseguridad, un contraste brutal con la seguridad casi absoluta que experimentaba en China.
“Al principio da miedo. Llegas con tu familia, con tus hijos, y piensas en lo que no debes hacer, en dónde no debes estar. Pero uno aprende a adaptarse, y también a valorar lo que México tiene para ofrecer”, recuerda.
Y lo que encontró fue fascinación. La gastronomía, la calidez de la gente, la riqueza cultural y la inmensidad geográfica lo atraparon. Cinco años después, Penverne no tiene planes de marcharse.
“México es un país apasionante. Cada ciudad es un libro de historia abierto, como lo era Estambul en su momento”, menciona.
El hombre que busca el límite
Pero si hay algo que lo define, además de su carrera internacional, es su pasión por el deporte extremo. A los 58 años corre maratones, practica triatlones y se interna en la montaña para recorrer ultra trails de 80 o 100 kilómetros.
Lo cuenta con naturalidad, como si levantarse a correr 25 kilómetros antes de ir a trabajar fuera un ritual cotidiano.
“No es algo que surge de la noche a la mañana. Es una construcción, una acumulación de disciplina y de experiencias. Al principio cuesta, pero con el tiempo el cuerpo y la mente se educan. En el fondo, no es solo deporte: es un viaje interior. Se trata de descubrir tus propios límites y, muchas veces, sorprenderte de hasta dónde puedes llegar”, destaca.
La bicicleta y la montaña son sus terrenos favoritos; la natación, admite, le resulta más ardua. Pero en todas encuentra un mismo denominador: esfuerzo y recompensa. Una filosofía que aplica también al trabajo.
Construyendo equipos

En la oficina, Arnaud Penverne se concibe menos como un directivo y más como un constructor de equipos.
“Nada se logra solo. Todo éxito es colectivo o no es. Mi rol es dar dirección, ritmo, recursos y, sobre todo, motivación. No hay nada que me emocione más que recibir el agradecimiento de un compañero o excompañero porque lo ayudé a crecer”, reflexiona.
No habla de riqueza material, para él, la verdadera fortuna está en lo humano: su familia, sus tres hijos, el capital humano de la empresa y las experiencias acumuladas en cada país que ha llamado hogar.
En la montaña, como en la vida, no se trata de llegar rápido, sino de resistir, adaptarse y avanzar. Quizá por eso, al escucharlo, uno entiende que este francés que se ha “tropicalizado” en México no solo dirige una de las compañías más relevantes del país, también escribe su propia semblanza, paso a paso, kilómetro a kilómetro, con la misma convicción con la que enfrenta cada carrera.
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