Cuando Andrea Bonilla Brunner era niña, su universo cabía dentro de un tubo de cristal. Mientras otros jugaban en el jardín, ella se inclinaba sobre la mesa donde su madre, patóloga de profesión y científica de vocación, colocaba un microscopio como quien revela un secreto familiar.
Andrea observaba plumas de pájaros, muestras orgánicas, pequeñas constelaciones vivientes que solo existen cuando la luz las atraviesa. Y en ese choque entre lo invisible y lo revelado, algo en ella se ordenó para siempre, y entendió que la vida podía explicarse, que los misterios podían desdoblarse, que el mundo tenía capas.
Ese gesto inicial de mirar con atención lo que otros no ven, es el hilo que convirtió a esa niña curiosa en la CEO que hoy dirige Bioplaster Research, una joven empresa dedicada a convertir problemas ambientales en soluciones basadas en biomateriales, usando principalmente el sargazo como materia prima para crear bioplásticos sostenibles.
Un trayecto que pasa por la nanotecnología, por Inglaterra, por un doctorado en Oxford y por la decisión más audaz de todas, la de abandonar la comodidad de la academia para convertir la ciencia en una empresa con impacto real.
Del laboratorio al emprendimiento

La historia profesional de Andrea rompe con el relato típico del científico que se queda para siempre en el laboratorio. Ella misma lo confiesa, pues nunca pensó en emprender hasta que vio, durante su doctorado, el modelo de investigadores capaces de transformar una tesis en tecnología de mercado.
Ese descubrimiento, más emocional que técnico, la acompañó silenciosamente mientras obtenía su maestría en Sheffield, desarrollaba biomateriales en Oxford o asistía clases pobladas mayoritariamente por hombres.
Cuando regresó a México, la pregunta no fue “¿dónde voy a trabajar?”, sino “¿qué puedo construir?”. Bioplaster nació así, no como una idea improvisada, sino como una respuesta lógica a una vocación que no cabía ya en la academia tradicional.
Su transición a la vida empresarial, sin embargo, no fue sencilla. Pasar del pensamiento científico, ordenado, secuencial, obsesionado por la comprensión total, a la toma de decisiones rápidas exigió que Andrea reconfigurara su manera de razonar.
“En ciencia buscas entender cada proceso; en la empresa a veces debes decidir con intuición y experiencia, no con datos perfectos”, dice. Ese aprendizaje, duro al principio, se convirtió en uno de sus principales motores.
Un tropiezo que obligó a detenerse
De todas sus anécdotas, ninguna retrata mejor su personalidad que su accidente en badminton. En pleno torneo, agotada por el calor y el ritmo, una jugada mal calculada rompió su ligamento lateral y la mantuvo meses sin poder moverse con normalidad.
Para una científica acostumbrada a la acción, el reposo fue casi una tortura. Para una emprendedora, una lección imprescindible: avanzar no siempre depende de la velocidad, sino de la capacidad de elegir el momento correcto.
Ese golpe físico terminó convirtiéndose en una metáfora personal. La mujer que siempre “iba hacia adelante” tuvo que aceptar que, a veces, detenerse también es avanzar.
Una empresa liderada por mujeres en un campo aún desigual

Hoy, Bioplaster es un laboratorio que opera con una característica poco común en el sector científico-industrial mexicano, ya que el 70% del equipo son mujeres. Andrea no presume una militancia estridente, pero su trabajo habla solo, pues apuesta por la igualdad desde la práctica diaria. Quiere que las niñas vean en las científicas empresarias modelos cotidianos, no excepciones.
“Tener más mujeres en ciencia no debería ser extraordinario. Debería ser lo normal”, dice.
Su propia experiencia lo confirma, ya que pasó de ver solo una o dos mujeres en las clases de física cuando comenzó a dar docencia en Oxford a presenciar generaciones completas casi igualitarias en solo cinco años. Ese cambio, rápido, profundo, esperanzador, la marcó tanto como su formación académica.
La vida fuera del microscopio
Andrea no es solo la científica metódica o la empresaria enfocada. Es también una exbajista de rock, lectora voraz de ciencia ficción e historia, amante de los misterios y cuidadora devota de tres perros que considera parte esencial de su familia.
La maternidad biológica nunca formó parte de su plan, “no me veo en ese rol”, admite, pero la idea de adoptar sí. Para ella es un acto de acompañamiento más que de continuidad.
Su vida personal no es un espacio sacrificado por su carrera; es un terreno que ha aprendido a construir a su manera, sin modelos tradicionales y sin culpas innecesarias.
Hacia dónde mira ahora

Con 36 años, Andrea habla de Bioplaster como quien habla de un organismo en crecimiento. Su meta no es solo colocar un biomaterial en el mercado, sino crear un centro robusto de innovación capaz de desarrollar múltiples tecnologías limpias.
Ahora que su planta piloto está por comenzar producción y que una biorefinería aparece en el horizonte, la empresa se prepara para un punto de inflexión.
“Quiero que lo que hemos desarrollado salga del laboratorio y toque la vida cotidiana”, afirma.
No se trata de un sueño etéreo, porque ya tiene máquinas, equipo, pruebas industriales y proyectos paralelos que muchos considerarían excesivos. Pero para ella, la complejidad no es un problema, es el estado natural de la creación científica.
La niña que veía plumas de pájaros bajo un microscopio ahora observa biomateriales desde una planta piloto. Sigue leyendo el mundo a través de estructuras minúsculas, pero su mirada ya no busca solo entender, busca transformar.
Y esa capacidad, la de imaginar posibilidades donde otros solo ven materia, es quizá el verdadero corazón de su historia.
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