En medio de una ola de calor histórica como la que el país vivió a finales del mes de mayo de este 2025, México enfrenta uno de sus mayores desafíos estructurales: garantizar la estabilidad del Sistema Interconectado Nacional ante una demanda creciente. Este episodio no sólo evidenció la urgencia de fortalecer nuestra infraestructura, sino también reafirmó una convicción profunda: la soberanía energética es condición indispensable para el desarrollo nacional, la justicia social y la inclusión productiva, la cual necesita de una visión integral y colaborativa.
Desde esta visión, resulta alentador que el gobierno Federal reafirme el papel rector del Estado y de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) en el sistema eléctrico, y que al mismo tiempo abra la puerta a una colaboración técnica, estratégica y responsable con el sector privado. La apuesta no es por la desregulación, sino por una transición energética sostenible donde la planeación, la soberanía y la colaboración convivan.
A la par, las proyecciones de crecimiento eléctrico del país (más de 14% al 2030, según el IMCO) y los apagones recientes reflejan que el sistema actual necesita expansión, diversificación tecnológica y modelos de generación más resilientes.
En este escenario, es de suma importancia entender que la soberanía energética no significa cerrar las puertas a la inversión externa, sino asegurar que las decisiones sobre nuestra matriz energética respondan a necesidades sociales. Implica garantizar el acceso universal a la energía como derecho, impulsar tarifas justas, y lograr una generación limpia, confiable y suficiente que reduzca nuestra dependencia tecnológica y energética del exterior.
Esto sólo será posible si el Estado ejerce una rectoría estratégica y, al mismo tiempo, convoca a empresas con visión de largo plazo, tecnologías eficientes y compromiso con el desarrollo regional. La colaboración público-privada bien regulada y dirigida puede ser el motor de esta transformación.
Entre las tecnologías clave para fortalecer el sistema interconectado nacional destaca la cogeneración eficiente. Este modelo permite generar electricidad y calor útil a partir de un mismo insumo, optimizando el uso de combustibles y reduciendo emisiones. A diferencia de otras fuentes, no es intermitente y proporciona energía firme, lo que la hace especialmente valiosa para abastecer zonas críticas y sostener cadenas industriales.
Ya sea en el sureste del país, donde ha contribuido a atender la demanda de estados como Yucatán y Quintana Roo, o en proyectos estratégicos como refinerías, corredores industriales, trenes o centros de datos, la cogeneración puede integrarse como una herramienta al servicio del interés público.
Pero más allá de una tecnología, este modelo nos recuerda algo más profundo: que la energía, como bien común, debe gestionarse con responsabilidad compartida. Y que, ante los retos actuales, es indispensable que las decisiones técnicas estén guiadas por un horizonte socialmente incluyente.
México está ante una oportunidad histórica: consolidar un modelo energético que combine innovación, inclusión y responsabilidad ambiental. La clave estará en articular una agenda compartida entre sector público y privado, donde las decisiones regulatorias garanticen seguridad jurídica y los proyectos privados aporten tecnología, financiamiento y visión social.