En la actualidad, existe a nivel mundial, una perspectiva de que se necesita una reducción drástica en las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) para cumplir el objetivo del Acuerdo de París de mantener el aumento de la temperatura global muy por debajo de los 2 grados centígrados (°C). La clave para esta reducción de emisiones en las próximas décadas será el aumento de las inversiones en la transición energética, incluido un mayor despliegue de las energías renovables y cambios en la infraestructura energética.
Desde hace ya 29 años, la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP), ha buscado que los gobiernos de los países establezcan políticas públicas, y que en conjunto con el sector privado, busquen un desarrollo económico, industrial y de producción bajo en carbono, estableciendo planes de transición energética que promuevan más energías limpias, sustentables y con fuentes renovables.
Sin embargo, de acuerdo con el Servicio de Cambio Climático Copernicus, el año 2024 estableció un récord de ser el más caluroso y el primero en exceder la temperatura promedio de arriba de 1.5° C de calentamiento global.
Trump y la Emergencia Energética Nacional ¿Cui Bono?
El actual presidente de los EEUU, Donald Trump, tras su llegada al cargo el pasado 20 de enero de 2025, realizó declaraciones y estableció medidas inmediatas entre ellas: el retiro de los EEUU del Acuerdo de París y la firma de una orden ejecutiva de declaración de “Emergencia Energética Nacional” con la que se enviste de autoridad plena, sin necesidad de la aprobación del Congreso de los EEUU, para potencializar la producción de petróleo y gas, incluyendo la apertura de nuevas perforaciones en campos de Alaska.
Con esta medida se busca impulsar la industria del petróleo, el gas y el carbón de los EEUU sin importar el costo ambiental que ello genere, dando una reversión completa a la transición de energías limpias.
Con esta declaración de Emergencia Energética Nacional, que en conjunto con otras medidas denominadas “Liberando el Potencial Energético Americano2 ” auspiciada por su plataforma de campaña de ‘Volver a hacer de nuevo grande a los EEUU’ (MAGA por sus siglas en inglés), se busca revitalizar la competitividad económica de este sector norteamericano, asimismo se promueve la independencia o soberanía energética y lograr una reducción en los precios de los combustibles para los consumidores. Algo similar a lo prometido por el ex Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al asumir la presidencia en 2018.
Este apoyo de Trump a los combustibles fósiles también impulsa las perforaciones petroleras en Alaska, como ya mencionamos con anterioridad, pero también en las zonas costeras, algo que ha sido de interés en lo que hace al Golfo de México, del cual se extrae petróleo de aguas profundas para llevarlo a los EEUU a refinar, en lo que desde la administración de Vicente Fox se conocía como el ‘efecto popote’.
Esto podría dar justificación a su intención de renombrar el Golfo de México por el Golfo de América, lo cual, establecería derechos de explotación directa sobre los yacimientos de petróleo ligero descubiertos en la zona. Esto permitiría a empresas estadounidenses de la industria fósil aumentar sus ganancias mediante la exploración, extracción y explotación de estos recursos, impulsando así la independencia energética norteamericana y generando beneficios económicos tanto para el sector privado como para el Gobierno de Estados Unidos.
De ahí la estrategia de retirarse del Acuerdo de París, justificado sobre la base que las restricciones climáticas ponían en desventaja a los EEUU frente a China e India, que va acompañada de reversión en normas sobre eficiencia energética, vehículos eléctricos, energías limpias para cogeneración eléctrica, entre otros, a las que incluso las cataloga como un fracaso e insostenibles en el corto plazo.
Si bien la COP29 concluyó con compromisos de inversión para apoyar a los países en desarrollo en la adaptación a los efectos del cambio climático, los principales actores de la industria de combustibles fósiles no han demostrado un compromiso total con esta causa.
Y en el caso del Acuerdo de París, los mecanismos se han centrado en el mercado de carbono, que se ha vuelto más un negocio de compra de créditos para compensar las emisiones ambientales y generaciones de GEI, lo que ha permitido a los gobiernos y capital privado de las empresas dominantes de la industria fósil compensar su daño ambiental a través de la compra de créditos de carbono, alejándolos de acciones efectivas que permitan objetivos climáticos precisos.
Retroceso climático
El apoyo de Trump a los combustibles fósiles es contrario a las acciones de descarbonización mundial y su política energética no considera como elemento clave a la transición energética importante para generar acciones que contribuyan al cambio climático.
El uso de combustibles fósiles es responsable de aproximadamente el 65% de las emisiones de GEI. Las grandes corporaciones norteamericanas que dominan los sectores del petróleo, carbón, gas y suministro eléctrico tienen importantes inversiones en la extracción, distribución y consumo de estos combustibles. Con el apoyo de Trump a este sector, se suman a un incentivo tanto financiero como político que debilita los esfuerzos globales para reducir las emisiones y avanzar hacia la descarbonización.
El principal interés que esta política ofrece a las corporaciones es mantener a los combustibles fósiles como la fuente energética predominante a nivel mundial. Además, este binomio entre los intereses privados y el sector público genera políticas y acciones que benefician a ambas partes, perpetuando el uso y la quema de combustibles fósiles, junto con su extracción.
Consideraciones finales
La política de Trump de apoyar la industria de los combustibles fósiles, dominada por grandes corporaciones estadounidenses, promueve la hegemonía energética nacional, beneficiando directamente a estas empresas y, de manera indirecta, a los consumidores de petróleo, gas y carbón en EE.UU. Esta política fomenta el crecimiento de las exportaciones de petróleo, expande la extracción en zonas costeras como el Golfo de América, reduce los costos del petróleo a mediano plazo, hace que las exportaciones sean más competitivas y contribuye a una mayor independencia energética al reducir las importaciones
Esta política va acompañada de costos ambientales elevadísimos que conlleven a elevar más el umbral de 1.5° C de calentamiento global, llegando a lo que el Secretario General de las Naciones Unidas llamó el “Infierno Climático”3 en donde no hay punto de retorno, ni planes alternos de tal manera que la población mundial pierde.
Para México, representa una amenaza en materia energética el plan del Golfo de América, por otro lado, genera que muchas de las exportaciones petroleras mexicanas encuentren restricciones para el mercado estadounidense, mientras que sus importaciones se podrían ver acrecentadas.
Asimismo, podría llevar a negociaciones políticas dentro del T-MEC con relación al Capítulo 14: Inversión4, que establece que, si uno de los países miembros abre su economía permitiendo incrementos en el comercio, inversión o participación extranjera, no puede retroceder en esas medidas ni cerrar sectores previamente abiertos al sector privado, lo que estaría sucediendo en las concesiones de exploración y explotación, así como para la transmisión y distribución eléctrica.
Esto obligaría a México a que se revise su política energética para permitir permisos de importación y desarrollo de infraestructura de almacenamiento y distribución para productos petrolíferos y gas del sector privado, muchos de ellos con inversión directa norteamericana.