Por más entusiasmo que el Gobierno Federal ha querido imprimirle a la narrativa del litio mexicano, un informe técnico de Litio Mx, la empresa estatal creada para administrar el mineral estratégico, confirma que el país sigue lejos, muy lejos, de tener claridad geológica, capacidades industriales o un plan ordenado para convertir el “oro blanco” en una oportunidad económica tangible.
De entrada, el diagnóstico no es alentador. El más reciente Informe de Gestión Gubernamental de la empresa estatal que comanda Pablo Daniel Taddei reconoce que, tras analizar los cuerpos intrusivos del proyecto piloto, se detectaron apenas “concentraciones ligeramente anómalas de litio, entre 39 y 77 partes por millón” y que los valores identificados “no representan un enriquecimiento hidrotermal importante”.
Eso significa que los indicios son marginales. La expectativa geológica que motivó la creación de la empresa estatal se sostiene, por ahora, en una base sumamente débil.
No es el único revés. El propio documento admite que la mayor parte del litio potencialmente ubicable se encuentra en zonas donde, tras los estudios realizados, “no hay tendencia de mineralización hidrotermal”; y aunque identifica la presencia de minerales como fluorita, clorita o hematita, Litio Mx reconoce que “no se evidenciaron manifestaciones visibles” del mineral estratégico que justifiquen, por sí mismas, una ruta de explotación directa.
Mientras otros países con reservas probadas avanzan en inversiones, cadenas industriales y acuerdos comerciales, Litio Mx parece atrapada en una fase exploratoria que se prolonga sin una hoja de ruta realista.
A pesar de ello, el discurso oficial continúa prometiendo desarrollo tecnológico, producción nacional de baterías y hasta la construcción de un clúster industrial que, con la información disponible, resulta difícil de justificar.
Porque la distancia entre el litio contenido en arcillas, como ocurre en México, y la producción comercial es abismal.
La propia empresa estatal lo sugiere al destacar la ausencia de estructuras mineralizadas significativas y la necesidad de continuar con más campañas de exploración. En otras palabras, todavía no hay litio explotable, todavía no hay reservas certificadas, y todavía no hay una estrategia industrial viable.
La segunda contradicción del informe es operativa. Litio Mx se creó en 2022 con la misión de impulsar un sector estratégico para la transición energética, pero al día de hoy sus avances son esencialmente cartográficos y descriptivos, análisis de campo, caracterización geológica y estudios de gabinete.
Todo ello es necesario, sí, pero no alcanza para sostener el aparato político-administrativo que se le construyó alrededor. Una empresa nacional, por definición, debe generar valor económico y no limitarse a reportar anomalías “ligeramente” elevadas en mapas topográficos.
El riesgo es mayor, pues se corre el peligro de que Litio Mx se convierta en una empresa ventana, creada para anunciar soberanía energética sin los fundamentos técnicos que respalden su existencia. Sus “logros”, según el propio informe, no pasan de avances parciales sin un impacto real en producción, en reservas, en tecnología o en inversión.
México todavía podría insertarse en la cadena global del litio, pero para ello se requiere lo contrario de lo que Litio Mx exhibe hasta ahora, ya que es preciso contar con rigor técnico, metas claras, autonomía operativa y una visión industrial más sobria. La geología no se decreta, y la transición energética no se construye con informes que confirman lo que muchos geólogos ya advertían desde hace años: el litio en México es más una ilusión que un recurso probado.
El país necesita certezas, no relatos, y el informe de Litio Mx, leído con seriedad, no ofrece las primeras y abunda en lo segundo.
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